La villa de San Carlos y San Severino de Matanzas, o a dónde va el deseo luego de 330 años
A 330 años de fundada, la ciudad de Matanzas celebra su historia y persistencia de espíritu.

El 12 de octubre de 1693, en las lindes de la bahía de Guanima, se fundaba la villa de San Carlos y San Severino de Matanzas, cumpliendo la orden del Rey Carlos II de establecer un asentamiento con familias de origen canario en la zona.

Matanzas es considerada por varios documentos como la primera ciudad moderna de América, en el sentido en que fue concebida, diseñada y erigida antes de recibir a sus primeros habitantes. Otro aspecto que la convierten en un tesoro patrimonial y urbanístico único es cómo influyó en el trazado de las calles el movimientos de la tierra sobre su eje y alrededor del sol, cómo el astro se ubica en el cielo en diferentes horarios: en las mañanas y las tardes, acorde a la temporada, el sol cubre con sus rayos las tres principales calles de la ciudad: Contreras, Medio y Milanés.

En materia de arquitectura y planificación urbana cabe destacar sus ricas explanadas neoclásicas tanto en edificios residenciales como institucionales, muchos de ellos que datan del siglo XIX, cuando la ciudad gozó de un esplendor sin precedentes. El teatro Sauto tal vez se erige como el símbolo por excelencia de tal auge cultural y económico, y a día de hoy se mantiene como un coloso representativo de la belleza y el carácter de la ciudad.


Teatro Sauto. Foto cortesía de Noy.

Si de esfuerzos constructivos se trata, no puede quedar sin mencionar sus 24 puentes que le valen el apodo de “Ciudad de los Puentes”. Uno de los más célebres es el del Centenario de la Concordia, su nombre proveniente de los pleitos entre familias de origen francés y de origen español asentadas en el área, quienes echaban abajo el viaducto para impedir el paso de los otros hacia la rivera contraria.

Y por supuesto, uno de los mayores rasgos de carácter de la ciudad son sus ríos, cuyos pasos fueron en primer lugar el motivo para la construcción de tantos puentes. Los ríos Yumurí, Canímar y San Juan definieron la posición de barriadas relevantes de la urbe como Pueblos Nuevo, Versalles y La Marina.

Otro ejemplo de hermosura natural son las Cuevas de Bellamar, mientras que el castillo de San Severino, que ostenta la condición de Monumento Nacional, figura como construcción militar de alto valor histórico y patrimonial. El estadio Palmar de Junco y la Ermita de Monserrate son otras edificaciones vinculadas a procesos de gran apogeo cultural de La ciudad, habiendo dejado su huella en el ethos de los pobladores.


Castillo de San Severino. Foto cortesía de Noy.

Si bien las bellezas naturales y urbanas de Matanzas son suficientes para designarla una maravilla de ciudad, su glow up literario y cultural durante el siglo XIX –la introducción de una casa de imprenta fue un punto crucial– la convirtió en la Atenas de Cuba, por la alta confluencia de voces del pensamiento y la poesía que manifestaron inquietudes estéticas y conceptuales rompiendo con el molde de patrones pasados. Entre ellos destaca el poeta José María Heredia, cuya impronta puede rastrearse a los tiempos más recientes en la voz de otros autores de la ciudad como Carilda Oliver Labra.

Este fuerte llamado a la creación artística también se puede observar en la carrera de uno de sus hijos más ilustres, Miguel Faílde, a quien se le debe el origen del primer danzón, Las alturas de Simpson, fundador de un género auténticamente cubano. Dentro del róster de talentos musicales oriundos de la región también debe mencionarse a Dámaso Pérez Prado y Los Muñequitos de Matanzas, exponentes respectivos del mambo y la rumba afrocubana.

A lo largo de los años Matanzas ha sido cuna de constantes agonías y resurrecciones e incubadora regia de docenas de artistas.


La Catedral de San Carlos de Borromeo está vinculada a la vida misma de la ciudad, pues su primera piedra fue puesta el día de la fundación. Alrededor de este edificio, sede del obispo de la Diócesis de Matanzas, se desarrollaba la actividad de la urbe recién creada, y con el tiempo elementos culturales diversos fueron integrándose al panorama citadino, de modo que enriqueció los matices identitarios que constituyen hoy al nativo matancero. Foto cortesía de Noy.

Se puede decir que la sensibilidad de la que gozan no es cuestión del azar. La diversidad cultural de Matanzas, donde una rica herencia afrocubana coexiste con ecos de Europa occidental, debe mucho a su época de esplendor azucarero y a su mediación entre La Habana y Santa Clara, polos que en el siglo XIX y buena parte del XX rigieron el comercio y la producción nacional. Matanzas, aunque siempre ha estado entre dos tierras, desde sus inicios buscó su propio designio y aspiró a hacerlo con luz propia.

Si bien la historia a la que la ciudad debe su nombre es una de engaño y violencia, es muestra de la tozudez con que se resistían los habitantes prehispanos a ser desalojados de sus tierras. No solo se registra de entonces las artimañas de los indígenas, sino que de ellos sobreviven leyendas como las de Yumurí y Cibayara.

Hay una constante visible en las historias de cada uno de los pueblos y las culturas que se han asentado en las lindes de la bahía de Guanima, y es que sus héroes siempre se hallan motivados por una fuente de deseo intenso. El deseo, esa búsqueda incesante de uno mismo, 330 años después, en la villa de San Carlos y San Severino de Matanzas, persiste como fuerza motora en sus hijas e hijos.

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